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Desde tierras de Misión

 

Cuando yo era muchachón, pensaba para mis adentros y de vez en cuando para mis afueras: si algún día me caso, me gustaría tener doce hijos y una minivan para llevarlos de paseo a todos. Dios, el siempre nuevo y sorprendente, cumplió mi sueño, a su manera; pero, se le fue la mano y puso un cero más, ahora tengo 120 hijos y una camioneta 4x4. El casamiento fue con la única mujer capaz de engendrar multitudes, la Iglesia.

Ahora me encuentro, perdido en mitad de la selva peruana, en el valle del Gran Pajonal, felizmente casado desde hace 22 años (que me ordené sacerdote) con 120 hijos entre los 12 y 19 años de edad (de 1º a 5º de secundaria). Todos nativos ashéninkas, ¡encantadores!; pero, adolescentes y con unas costumbres, cultura y mentalidad, completamente distinta a la mía, que cada vez entiendo menos y, sin embargo, cada vez quiero más.

Como decían de Madre Teresa de Calcuta, tampoco nosotros practicamos el control de la natalidad y cada vez tenemos más hijos. Los padres de familia numerosa saben bien que cada nuevo hijo es una fuente de alegría, de satisfacciones y de preocupaciones; aunque siempre vienen con un pan bajo el brazo (aquí traen yuca en lugar de pan).

Las instalaciones de la parroquia se construyeron hace 13 años para unos 30 muchachos, entre chicos y chicas. Obviamente no cabemos y ahí estamos construyendo a contra reloj y a favor del dinero que llega de dónde pueda llegar; no importa la cantidad, importa que sea de buena voluntad, porque ese es el que aumenta.

Cuando llegué hace 3 años (para solo 6 meses o un año, dijo mi obispo) había dos pabellones de habitaciones, uno para chicos y otro para chicas. Esos dos son ahora para las chicas, para chicos terminamos otro el año pasado que antes de terminar ya estaba lleno y se había quedado pequeño: era para 64 muchachos y 2 profesores y había 67 matriculados. Estamos construyendo otro y con eso ya alcanza, quedando cuarto para enfermería, visitas y voluntarios, o papás de los muchachos que llegan al pueblo después de caminar varias horas (entre 2 y 9) y no tienen donde quedarse.

 

Con las aulas pasó parecido, teníamos 2, ahora tenemos 6 y para este año nos va a faltar, porque tenemos que duplicar 1º y 2º por tener más de 40 alumnos en cada año. Ya veremos

Por si teníamos pocas complicaciones, nos han ofrecido la posibilidad de abrir una filial del CETPRO (Centro de Estudios Técnico Productivos) NOPOKI de Atalaya (la capital de la provincia) en Oventeni. Esto sería más para los pobladores del pueblo. Se trata de una especie de módulos profesionales en dos años, con título a nombre de la nación, para personas a partir de los 14 años, sin necesidad de haber terminado la secundaria. Lógicamente es una buena oportunidad para un pueblo sin muchas perspectivas de futuro como Oventeni. Son 5 especialidades, nos han ofrecido la de computación que es en principio la más fácil de implementar: el Estado pone el profesor y la titulación, nosotros ponemos el local y las computadoras. Hasta el local, más o menos; pero ¿las computadoras de dónde saco 10? Y una vez que las tenga… en Oventeni no tenemos fluido eléctrico más que dos horas en la noche. Así que ahí me están haciendo un proyecto para una planta de energía solar para la panadería y la sala de cómputo. El dinero para pagarlo ahí lo vamos pidiendo por acá y por allá. Si Dios quiere saldrá. Yo no lo he buscado, ni pedido, ni siquiera se me habría ocurrido. “Señor, tu me has metido en este lío y tu verás como me sacas, aunque sea con los pies por delante”.

Cuando se vive en una situación tan precaria, tan olvidada de las autoridades, con tantas carencias y necesidades, no queda otra que tirar palante cuando surge cualquier posibilidad; sobre todo si no se me ha ocurrido a mí.

Es fácil indignarse frente al mundo moderno y desigual con unas diferencias y desigualdades tan brutales y tan injustas; pero la respuesta de Dios a mis reclamos ha sido siempre la misma: “tú eres mi respuesta para esa buena gente que sufre tanto, para eso te creé a ti y te mimé con tantas oportunidades y facilidades, para eso te elegí y te envié” … Así que, a buen entendedor pocas palabras bastan.

Si el dinero sale de muchos sitios, a veces casi ni se sabe bien, las fuerzas salen de uno solo, del mismo que me hizo soñar con los doce hijos. La oración reposada en la mañana, junto con un café para no dormirme, es mi paz y fortaleza. A solas, con quién sé que me ama, descargo mis preocupaciones y alegrías, trabajos y satisfacciones, comparto mis ideas, locuras y proyectos; pero, sobre todo… descanso en él y con él. ¡Señor, qué bien se está aquí!

¡Qué pena me dan los cristianos que todavía ven la oración como una obligación, como una carga encima de las muchas que tenemos! Pido a Dios que descubran Mt 11,28ss

La Misa de la noche con los muchachos, debería de ser también así, pero mi cabeza muchas veces no da, no soy capaz de dejar que siga dando vueltas a una cosa y a otra, todas tonterías al lado de lo que estoy haciendo; pero, por ahora no doy más de sí. Le pido a María que me enseñe a celebrar, que me enseñe a comer a Jesús.

Agradezco de corazón las oraciones y las ayudas de todos; desde que salté el charco hace 30 años me di cuenta que la iglesia es muy grande y que es una sola, que la comunión de los santos es una gozosa verdad desconocida por casi todos y cuando pueblo hablo de esta hermosa realidad que nos une a todos en la misma misión salvadora del Padre, por medio de su Hijo Jesucristo.

Después de este final solemne, no digo más que amén. Ya me cansé y tengo que cocinar.