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Como decía de D. Feliciano

   

Dios nos llama a todos, a cada uno, a la vida, a la fe… a grandes cosas y a cosas pequeñas, en momentos especiales y en el día a día. DIOS NOS HA LLAMADO A DOMUS MARIAE… De eso va la charla que nos dio D. Feliciano en unos Ejercicios Espirituales: saber escuchar la llamada y responder.

Jesús, el amigo que llama

Llama a cada hombre a cada mujer, a cada joven, a cada niño. Llama a todos. a todos puede referirse aquella frase de Marta, la hermana de Lázaro, a su hermana María: “el Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28). Jesús, el hijo de María, el Hijo de Dios, el Dios hecho hombre está ahí y te llama a ti por tu nombre.

Vamos a ver diversas llamadas de Dios para ver también las llamadas que nos ha hecho y nos hace a cada uno de nosotros.

La llamada de Dios a Abraham.

“El Señor le dijo a Abrán: sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo”.

A través de un hombre, Dios llama a un pueblo. Le llama a una empresa grandiosa: “Haré de ti un gran pueblo”. En esta llamada aparece la renuncia total que exige Dios en su llamada. La promesa queda en la lejanía de la esperanza. Abrán deja lo seguro por lo posible. Lo que tiene en realidad por lo que tiene en esperanza. Es la tensión de la fe. Pero Abrán cree y espera. Confía en la Palabra de Dios. En toda llamada de Dios hemos de exponer un riesgo: el de perderlo todo por nada. Ahí está el mérito del creyente que, como Abrán responde obedeciendo; se apoya en la confianza que le merece la Palabra de Dios; adepta el riesgo; marcha hacia lo desconocido y obedece. Pero la palabra de Dios no podía fallar y el premio tampoco: “Creyó Abrahán a Dios y ello le fe tenido en cuenta para alcanzar la salvación y fue llamado amigo de Dios” (Snt 2,23)

La llamada de Dios a Jonás.

A veces, cuando Dios llama y el hombre no sigue la llamada, Dios sigue llamando y hasta persigue al hombre hasta que acepta. El ejemplo le tenemos en la llamada de Dios a Jonás. A veces, la gracia de Dios es terca y le sigue al hombre. Pero hemos de tener en cuenta que, cuando Dios llama, nuestra felicidad está en seguir su llamada. Nuestra infelicidad, y hasta nuestra desgracia, puede estar en desoír su llamada. A veces, el camino para seguir la llamada de Dios es doloroso, pero Él siempre estará con nosotros para ayudarnos a recorrerle. A los Apóstoles y a quienes como ellos “hayan dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hijas por mi causa, recibirán cien veces más y heredarán la vida entera (Mt 19,29).

A los que siguen la llamada de Dios les promete en esta vida también una felicidad que, ciertamente será distinta a la que da el mundo, pero será superior y más plena. También tendrán que llevar la cruz como todos. Y al final una vida eterna segura con la seguridad que se apoya en su Palabra. Pero hemos de detenernos en la felicidad que promete aun aquí en la tierra. Para decirnos que es mayor que la del mundo, Jesucristo la describe como “cien veces más”.

La llamada de Jesús al Joven rico.

Una de las llamadas de Jesús que nos relatan los evangelios es la del joven rico (Mc 10,17-21). El joven había sentido una llamada interior, la de la gracia, y acudió a Jesucristo. Solo por efecto de la gracia pudo hacerlo según la afirmación de Jesús: “Nadie puede venir a mí si el padre lo le trae” (Jn 6,44). Había acudido a Jesús obedeciendo la llamada de la gracia y le llama “Maestro bueno”, sabiendo que le ha de dar una respuesta “buena”. Se entabla una conversación y Jesús le da como respuesta el cumplir los mandamientos. Jesús descubre la riqueza interior de aquella alma cuando le responde: “Todo eso lo he cumplido desde joven”. Aquella conversación, el diálogo entre Jesús y el joven debió tomar calor y un colorido especial. El evangelista lo describe diciendo que Jesús le miró fijamente con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el Cielo. Luego ven y sígueme”.

Jesús le miró de un modo distinto a como le había mirado antes. Desde el primer momento le miraría con cariño porque el hecho de que un joven vinera corriendo y se postrase a sus pies tuvo que causarle grata sorpresa a Jesús. Pero una vez que descubrió que era un joven limpio, honesto, cumplidor de la Ley, Jesús le amó de forma especial. Le amó ya como futuro Apóstol. Le miró con un cariño especial. Era la mirada cariñosa de Dios. Se debió quedar grabada esta mirada en la mente y en el corazón del joven porque se dio una lucha entre seguir a quien así le había mirado y le había llamado y el peso de las riquezas que tenía y que Jesús le pedía abandonar.

El joven quedó triste. Era la tristeza que queda cuando vemos lo bueno, lo bello, lo alto, lo hermoso y elegimos lo contrario por cobardía, por falta de valor, de magnanimidad, por debilidad.

El joven del Evangelio se perdió el mayor bien que le ofrecía la llamada de Jesús. Se perdió ser un discípulo de Jesús. La más alta gloria en la tierra. Y una muy alta en el Cielo: El ser uno de los Apóstoles.

El cuadro terminó con la consiguiente tristeza también para Jesús, que con mirada triste dijo a sus discípulos: “Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas”. Fue una expresión de tristeza.

A nosotros también nos deja tristes este relato. Nos hubiera gustado que el encuentro y la llamada hubieran terminado con la respuesta generosa del joven. Y hubiera sido un ejemplo que en la Historia de la Iglesia se hubiera seguido por tantos y tantos jóvenes.

No se ha vuelto a saber más de este simpático y atractivo joven que confesó ingenuamente que cumplía desde niño los mandamientos.

El primer encuentro de Andrés y Juan con Jesús.

Andrés y Juan eran ya discípulos de Juan el Bautista. Este estaba con ellos cuando pasó por allí Jesús. Juan les dijo (sería en voz baja, sin que Jesús lo oyera): “Este es el Cordero de Dios”.

Esta frase, pronunciada por el Bautista, era ya una llamada de Dios. Y aquí podemos ver cómo responde el alma a Dios, a su llamada, cuando el alma está bien preparada. El evangelista nos dice que “Los dos discípulos le oyeron decir esto al Bautista, y siguieron a Jesús”. Sintieron como una fuerza interior que les llevaba a seguirle. Pero le siguieron como automáticamente, sin decirle nada. Debió ser Jesús quien se dio cuenta y se volvió. Lo describe el evangelista: “Jesús se volvió y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos no le dijeron: queremos hablar contigo aquí mismo, sino que querían estar con Él largo rato. “Maestro, ¿dónde vives?”. Era autoinvitarse a su casa, era una promesa a seguirle. Por lo menos conocerle para seguirle. “Venid y lo veréis. Se fueron con Él, vieron donde vivía y pasaron con Él aquel día. Eran las cuatro de la tarde”.

Los dos discípulos del Bautista estaban ya ganados para la causa del Evangelio. Empezaron a decir que habían encontrado al Mesías. Y fueron los dos Apóstoles de Jesús.

A mí también me llama Dios ¿Cómo respondo?

Viendo las diversas llamadas que nos relata la Escritura hemos de traer a la mente las llamadas de Dios que nosotros hemos recibido. Hemos de considerar la respuesta que hemos dado a cada una de ellas. También hemos de traer a nuestra consideración las llamadas que Dios nos hace actualmente y la respuesta que estamos dando. En tercer lugar, hemos de considerar las llamadas que podremos recibir de Dios y la respuesta que estamos dispuestos a dar a cada una de ellas.

Todas habéis sido llamadas a formar parte en la Asociación Domus Mariae. Es momento de reflexionar en cómo ha sido vuestra respuesta: si ha sido condicionada; si ha sido con alguna reserva; si ha sido tímida o si ha sido generosa y plena.

Pidámosle a la Virgen que nos dé el poder responder a las llamadas de Dios como hizo Ella al ser llamada a ser la madre de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.